El día que me dejé de validar … y cómo volví a encontrarme

Hoy, mientras caminaba por la mañana con Kelev —mi perro—, vi a una niña patinando. Esa imagen, tan simple, me llevó directo a mi infancia… y a un recuerdo que por mucho tiempo había guardado en silencio. Recordé cuándo dejé de verme. Cuándo dejé de validarme. Y empecé a mirar hacia afuera buscando lo que siempre debí encontrar dentro.

HERIDAS DEL ALMA

Gabriela Juvera

7/18/20252 min leer

A veces basta un instante, una imagen, un recuerdo cualquiera para tocar las fibras más profundas de nuestra historia. Eso me pasó hoy, en medio de un paseo cotidiano, cuando algo tan simple como ver a una niña patinando me devolvió a un momento olvidado…
Un momento donde, sin darme cuenta, dejé de verme y empecé a vivir hacia afuera.

Hoy, mientras caminaba por la mañana con Kelev —mi perro—, la imagen de esa niña desató una cadena de recuerdos que tenía guardados. Me vi a mí misma, años atrás, justo en la etapa donde empecé a dejar de validarme. Donde pasé de mirarme a buscar aprobación afuera, en los ojos y palabras de otros.

Recordé cómo, en medio de las ocupaciones de mis padres —su negocio, sus temas de salud, —, fui quedando a un lado. Ya no estaba esa mirada que me reconocía, y en su lugar comenzó a crecer un sentimiento de soledad.

Jugaba sola, pasaba las tardes sola… y trataba de llenar esos espacios refugiándome en actividades: natación, clases de flamenco, piano.
Pero algo dentro de mí comenzó a cambiar. Sin darme cuenta, empecé a creer que la vida de los otros era mejor que la mía. Que ellos tenían familias más unidas, historias más bonitas, momentos más felices.

Ahí empezó todo.
El momento en que dejé de mirarme primero.
Primero fueron los amigos, después mis hijos, luego mi pareja… Siempre los demás.
Y así, poco a poco, me fui diluyendo.
Dejé de ser mi prioridad.
Mi atención dejó de estar en mí, y detrás de eso había un vacío que simplemente no quería enfrentar… porque dolía.

Hoy, sin embargo, cuando la vida me recuerda un fragmento de mi historia, ya no coloco a otros en la escena.
Me coloco a mí.
Me miro. Me valido. Me reconozco.
Y esa mirada… es medicina.

Es como despertar de un hechizo en el que estuviste atrapada durante años.

Hoy entiendo que siempre fui yo quien debía habitarse.
Que sí… muchas veces cargamos tristezas, heridas o situaciones que no estuvieron en nuestras manos.
Pero cuando las miramos desde la conciencia, la vida nos entrega sabiduría y enseñanza.

El pasado no es un lugar para quedarse.
Es un lugar para comprender, sanar y transformar.

Hoy me respeto. Me amo. Me valido.
Hoy soy mi propio refugio.
Y eso… hace toda la diferencia.

Por eso hoy quiero invitarte a ti, que me estás leyendo:

Mírate. Valídate. Habítate.

Recuerda quién eres.
Honra tu historia.
Sí, habrá momentos de tristeza o heridas que no elegiste… pero todo puede transformarse en sabiduría.

No te quedes anclada al pasado.
Transmútalo.
Y empieza a darte a ti misma ese amor, ese respeto y esa validación que tanto esperaste.

Te animo a seguir… a seguirte a ti.