Quién Soy… Cuando Nadie Me Llama por un Título
En este post comparto una parte íntima de mi viaje: cómo la vida me fue quitando etiquetas —hija, esposa, empleada— para llevarme al encuentro más profundo conmigo misma. Hablo de cómo soltar esos roles me permitió redescubrir quién soy en esencia: una mujer auténtica, conectada con su verdad, su luz y su alma. Si tú también estás en un momento de transición o te sientes perdida en todo lo que “debes ser”, este texto es una invitación a preguntarte: 👉🏼 ¿Quién eres más allá de lo que haces?
DESARROLLO PERSONAL Y AUTOCONOCIMIENTO
Gabriela Juvera
8/4/20252 min leer


Durante años me definí como mamá, hija, amiga incondicional, profesionista…
Y aunque cada uno de esos roles ha sido parte de mi historia, llegó un momento en que me hice una pregunta que lo cambió todo:
¿Quién soy yo, realmente?
Cuando mis papás fallecieron —en mis 20’s y 30’s— dejé de ser hija.
Ese rol se disolvió, y aunque lo acepté con el tiempo, nunca volví a identificarme así.
Aprendí a no tenerlos. Y para sostenerme, me apoyé más fuerte en otros dos roles: la mamá, la profesionista.
Años después, cuando me divorcié, comenzó otro viaje hacia mí.
Al principio me identificaba como “una mujer divorciada”, pero entendí que seguir usando esa etiqueta era seguir atada a esa historia. No había soltado del todo. Entonces elegí otra palabra: soltera.
Y aunque parece un detalle menor, no lo es.
Porque las palabras que usamos revelan el lugar desde el que nos estamos relacionando con el pasado.
Luego vino otra gran transformación: dejar el despacho de abogados, ese mundo corporativo en el que estuve por más de 20 años.
Soltar ese rol fue igual de importante. Era una identidad fuerte, reconocida, validada por otros… en LinkedIn, en conversaciones, en la mente de quienes me conocían. Y sí, estoy profundamente agradecida por todo lo que logré.
Pero hoy sé que eso no me hace ni más ni menos.
Al dejarlo, me encontré con una mujer que llevaba tiempo conociéndose, pero que aún estaba aprendiendo a mostrarse sin máscaras.
Solté etiquetas. Y me quedé solo con una: mamá.
Pero incluso ese rol ha evolucionado.
Hoy veo a mis hijos desde otro lugar: ya no desde la perfección que alguna vez quise proyectar, sino desde la autenticidad de quien soy.
Porque durante años creí que debía mostrarles mi mejor versión para que copiaran lo bueno…
pero ahora entiendo que lo mejor que puedo darles es mi verdad.
No es lo mismo ser perfecta que ser auténtica.
Y la autenticidad también se rompe, se cansa, se cae y se vuelve a levantar.
Y en medio de todo esto, comencé a preguntarme:
¿Quién soy cuando no estoy haciendo nada?
¿Quién soy cuando nadie me necesita?
¿Quién soy cuando me veo al espejo sin maquillaje, sin títulos, sin deberes?
¿Quién soy cuando vivo el momento y nadie me ve?
Cuando me permito habitarme, disfrutarme, amarme, sentir mi feminidad… todo cambia.
Y cuando me escucho, cuando medito y conecto con esa presencia divina que todo lo cubre,
con ese amor que llena cada espacio…
sale a la superficie lo que realmente soy.
Soy luz.
Soy un alma llena de energía, vibración, que vino a habitar un cuerpo que me permite sentir, oír, conectar, aprender, compartir.
Nos enseñaron a medirnos por lo que damos, lo que resolvemos, lo que logramos.
Pero hay una voz más suave —más sabia— que no grita: susurra.
Esa voz no está en la agenda ni en la lista de pendientes.
Esa voz eres tú.
La que siempre ha estado, aunque la hayas olvidado.
Volver a ti no es un destino: es un regreso.
Un recordar.
Un desnudarte del “deber ser” para abrazar el “ya soy”.
Hoy, hazte esta pregunta con honestidad:
👉🏼 Si nadie me definiera por lo que hago, ¿quién sería?
Cierra los ojos. Respira. Escúchate.
Allí empieza el verdadero viaje.