Ellas: las manos invisibles que me sostuvieron

Una reflexión profunda sobre la gratitud, el servicio y el amor silencioso.

ESPIRITUALIDAD EN LO COTIDIANO

Gabriela Juvera

5/30/20252 min read

La infancia no solo se cuida, también se acompaña

Desde pequeña, crecí en una casa donde siempre hubo personas que nos ayudaban con la limpieza y los quehaceres. Pero decir que estaban “solo para ayudar” sería quedarme corta. Para mí, fueron mucho más. Fueron compañía, consuelo y amor silencioso. Mis papás tenian su negocio y ambos trabajaron siempre juntos y nosotros éramos 3, por lo que la ayuda de ellas era muy indispensable en casa. Mi mamá me enseñó a respetarlas y a honrar su trabajo desde chica.

Recuerdo a una de ellas, mi nana. Me recogía del kínder y me compraba una paleta helada al salir, arreglándoselas con el señor de las paletas. Jugaba conmigo a las escondidas, me cuidaba cuando mis padres salían los sábados, y me cuidaba para que yo comiera, y estuviera bien.

El relevo del amor

Cuando ella se fue porque se casó, otra mujer llegó a nuestra casa. Tenía un cabello largo y negro que me encantaba peinar y trenzar. Ella se dejaba, y entre charla y juegos, tejimos una amistad sutil y profunda. Años después, falleció al dar a luz. Su partida nos tocó el alma. Ella me escuchaba. A veces ponía en el radio unas historias que le gustaban escuchar y que a mi me daban miedo, pero aun así me mantenía con ella en esos momentos. Le gustaban los cantantes del momento y en su cuarto tenía posters de ellos.

La vida adulta y el valor de lo invisible

Años más tarde, al casarme por primera vez, viví una etapa muy distinta. Ya no había manos que ayudaran, solo las mías. Criar a mis hijos, trabajar, limpiar, sostener el hogar… todo recaía sobre mí. Y esa experiencia me transformó. Me enseñó a agradecer desde lo más básico: el agua, los alimentos, la casa en orden. Me dio valores que hoy son la raíz de mi ser.

Como es adentro, es afuera

Hoy, una nueva persona ha llegado a apoyarme en casa, y desde una nueva conciencia, la observo con admiración. Su fuerza física y emocional, su entrega, su constancia. Me ayuda a traer orden profundo a mi hogar, y comprendo que ese orden también es reflejo de mi interior. Me siento agradecida porque hoy ella me prepara unas salsas que se sienten a hogar, y una sopa de verduras llena de amor y cariño, y como deseaba que alguien hiciera eso por mi.

“A veces, las mayores maestras no vienen en libros ni en escenarios… vienen en forma de mujeres que sostienen el mundo desde la cocina, desde la sala, desde el alma.”

Honremos a quienes nos sostienen

Hoy quiero rendir homenaje a todas esas mujeres que han pasado por mi vida —y por tantas vidas— dejando huellas de amor, fortaleza y servicio silencioso. Cada una con sus luchas personales que nunca las transfieren a la familia, sino las guardan silenciosamente, pero cuando nos atrevemos a verlas, nos sorprenden. Ellas nos vieron crecer y fueron unas grandes almas que ayudaron a que el orden y equilibrio se diera en casa. Nos cocinaron delicioso y nos apapacharon con su comida y dedicación. Nos plancharon para estar relucientes, y siempre presentables.

Gracias por lo que han sido. Gracias por lo que son. Gracias por sostenernos con tanto amor. Ellas son tesoro de nuestra sociedad.

Te invito a hacer una pausa.
Recuerda a esa persona que ha sido apoyo en tu vida, visible o invisible.

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