Recuperando mi voz

En este blog hablo de la herida de la humillación.

HERIDAS DEL ALMA

Gabriela Juvera

6/25/20252 min read

Las palabras que marcaron mi infancia

Durante mi infancia, muchas veces me sentí juzgada por comentarios que mi mamá hacía sobre mí.
A veces era sobre cómo me veía, otras sobre cómo me comportaba o si estaba en el “peso correcto”.
En aquel entonces, no se hablaba de emociones como hoy. No había apertura para expresarte con libertad. Y sin darme cuenta, esos comentarios se fueron quedando dentro de mí… como si marcaran algo en mi interior.

Una herida silenciosa

El resultado fue silencioso pero poderoso: empecé a creer que no era digna de ser escuchada.
Y eso se reflejó en muchos aspectos de mi vida.

Me fui apagando

En mi juventud me volví callada. No expresaba mucho, solo me dejaba llevar por lo que los demás querían. Pero por dentro, algo se iba apagando… Mi autenticidad, mi verdad, mi voz.

El miedo a no encajar

Tenía miedo al juicio.
Miedo a no encajar.
Miedo a ser “demasiado” o “muy poco”.

Recuerdo especialmente cuando iba a casarme por primera vez. Mi mamá no estaba de acuerdo, y junto con mis hermanos intentó impedirlo. Lo hicieron de la forma que conocían: me aplicaron la ley del hielo. Me ignoraban, me trataban con indiferencia. Y aunque en ese momento seguí adelante con mi vida, hoy reconozco que eso me hizo sentir más sola que nunca. Esa indiferencia se convirtió en humillación.

Cuando el hogar no es refugio

El ambiente en casa no era fácil. La enfermedad de mi mamá, el cansancio emocional, el silencio…
Todo eso hizo que expresarme se sintiera peligroso. Y yo aprendí que era mejor callar que ser juzgada.

Comprendiendo el origen

Hoy entiendo algo que me trajo mucha paz: Mi mamá no lo hizo por maldad.
Ella actuaba desde su propio dolor, desde lo que aprendió de su mamá, y ella de la suya.
Era una cadena. Y aunque no lo justifico, hoy puedo ver la herida detrás de su dureza.

Elijo soltar lo que ya no quiero cargar

Mis hermanos fueron leales a ella, no a mí. Y aunque eso dolió, elijo perdonarlo. No porque estuvo bien, sino porque ya no quiero cargar más con eso.

Hoy me doy lo que antes me negaron

Hoy, desde otro lugar, yo me doy lo que antes no supe recibir: El amor, la comprensión, el permiso para sentir.
Hoy sí me escucho.
Hoy sí digo lo que siento.
Hoy reconozco mi verdad y me valido desde dentro.

¿Y tú? ¿Callaste para encajar?

¿Hay algo que te hizo sentir juzgada en tu infancia?
¿También apagaste tu voz para encajar o no ser rechazada?

Tal vez hoy sea un buen momento para empezar a recuperarla. No para gritarle al mundo.
Sino para susurrarte a ti misma:

“Yo te veo, yo te creo, yo te escucho.”