¿Y si tus padres hicieron lo mejor que pudieron?

Por mucho tiempo cargué con una herida de abandono. No porque mis padres no me amaran, sino porque ellos también estaban lidiando con sus propios procesos. Fue hasta que inicié mi camino interior que entendí: mis padres eran humanos, con sus propias heridas, y solo podían dar desde el nivel de conciencia y herramientas que tenían. Esa comprensión no borró el dolor, pero cambió mi forma de ver mi historia. Dejé de contarla desde la herida, y empecé a compartirla desde la sabiduría.

HERIDAS DEL ALMA

Gabriela Juvera

4/30/20253 min read

Un padre presente en lo material, ausente en lo emocional

Crecí con un papá que siempre fue un gran proveedor, pero emocionalmente estaba ausente.
Para mí, de niña, él era una figura fuerte, aunque la verdad es que casi no estaba en casa por el negocio familiar. Él y mi mamá llegaban por la noche, y los fines de semana solían salir con sus amistades.

Yo quería contarle mis cosas, hablarle desde el corazón, compartir lo que sentía…
pero en esos años, en los 70, la educación era muy estricta y expresar emociones no era algo común. Así que fui callando.

Sin espacio para sentir

Era otra época, y lo emocional simplemente no se hablaba. Las pláticas profundas eran “cosas de adultos”, y eso nos dejaba fuera, sin espacio para integrarnos emocionalmente.

Una infancia con responsabilidades emocionales

Mi mamá enfermó cuando yo tenía apenas siete años. Desde entonces, me tocó cuidarla en varias situaciones, especialmente en lo emocional. Esa situación me obligó a crecer rápido.
Me volví resolutiva, emocionalmente separada de ambos, una niña que aprendió a ser empática con el dolor… demasiado pronto.

La herida del abandono

Viví por mucho tiempo con una sensación de abandono. No era porque no me quisieran, sino porque ambos estaban lidiando con sus propios procesos. Papá también luchaba con el alcoholismo.
Y yo, tan pequeña, no sabía cómo explicar lo que sentía. En casa no se decían las cosas.

Más adelante, cargué con esa herida, pero no podía contarla sin sentir que era injusta o desleal.
Porque mis padres no eran malos… solo estaban haciendo lo que podían desde sus propias heridas.

Comprender a mis padres desde la compasión

Fue hasta que comencé mi camino de introspección que entendí algo fundamental:
mis padres no eran perfectos. Eran humanos y también cargaban heridas.
Dieron lo que pudieron desde su nivel de conciencia, con las herramientas emocionales que tenían.

Sanar no borra el pasado, lo transforma

Esa comprensión no borró el dolor de mi infancia, pero cambió mi manera de contarlo.
Dejé de narrar mi historia desde la herida, y empecé a compartirla desde la sabiduría.
Desde la mujer en la que me convertí.

Hoy, ya no soy la niña que se sintió abandonada.
Soy la mujer que aprendió a sostenerse, a sanarse y a acompañarse a sí misma.
La que aprendió a mirar hacia atrás con amor y no con resentimiento.

Reconocer la herida es el primer paso

Liberarme del dolor fue posible cuando me permití reconocer que hablaba desde la herida.
Una herida profunda que solo necesitaba ser vista, reconocida y abrazada.

Y aunque hace muchos años que Papá ya no está físicamente conmigo, su alma sigue viva en mí.
Llevo su apellido en alto.

El perdón como acto de amor

Al identificar esa herida, perdonar se volvió posible.
El resentimiento se transformó en respeto y admiración.
Y con el perdón, llegó una liberación hermosa, una paz distinta, más profunda.

Hoy veo a Papá como una de mis grandes fuerzas.
Y siento el deseo de honrarlo, compartiendo lo mucho que me enseñó.

Lo que mi papá me dejó como legado

  • Me enseñó a andar en bicicleta.

  • Me empujaba en los columpios mientras yo gritaba: “¡Papá, más fuerte!” y el se reía.

  • Me subía a caballos, y él montaba el más grande.

  • Siempre me protegió de cualquier peligro.

  • De niña me llevaba en su espalda para nadar en la alberca.

  • Todos los domingos me compraba un globo, mi revista favorita y me daba mi "domingo".

  • Me recogía de las fiestas con paciencia.

  • Me enseñó a manejar con ternura y sin imposición.

  • Nunca fue autoritario.

  • Era alegre, sociable y un verdadero ejemplo de superación. Construyó un negocio junto con mi mamá desde cero. Un emprendedor nato.

    Gracias a ellos, nunca me faltó nada material. Y eso hoy lo reconozco con gratitud. Todo lo que me enseñó, lo hizo con su ejemplo.

Honrar para sanar

Hoy lo honro.
Honro al gran ser humano y al hermoso padre que fue.
Y cada día que elijo sanar, cada vez que decido contar mi historia desde el amor y no desde la carencia,

También lo estoy abrazando a él.

¿Y tú, cómo viviste a tu padre?

¿Creciste con ausencias o palabras no dichas?
¿Te duele mirar hacia atrás o sientes que aún hay cosas por entender, perdonar o resignificar?

Recuerda: tú no eres tu herida.
Eres un alma que vino a aprender de lo vivido y caminar hacia adelante.

Te abrazo desde la distancia.